Asumir Managua quizás sea un acto autocomplaciente, rescilente y
medio suicida. Hace años cuando Managua era Managua se le tenían muchos
calificativos bonitos y significativos desde considerarla una de las capitales
más modernas de Latinoamérica, Managua, Linda Managua, “Tus pechos son dos volcanes…” en la más machista de las síntesis hasta
la capital del país violentamente dulce en la más orgásmica de las
manifestaciones verbales. Después del terremoto si escribimos sobre este
pueblón se nos salen los textos más maricas del mundo. Leer de nuevo, por
favor: los textos más maricas del mundo. Lloramos por todo: el calor, la
basura, el tráfico y las cosas balurdes que se activan al nombrar a la capital
que nos hemos esmerado en hacer.
Me gusta la inquietud de idealizar una
Managua más cómoda y alentar en los otros la idea de insinuarle cosas o sencillamente
cuestionar la ciudad porque no nos agrada. 100
En un Día Managua, visto como la sugerencia de voltear a ver la vida
cotidiana de esta ciudad como si le tuviéramos cariño me dio en lo personal esa
posibilidad: la de apropiarme por un ratito de este pueblón que para bien o
para mal es en el que estamos y el que podemos transformar si lo sugerimos o si
“sencillamente” lo hacemos.
La intervención de la ciudad por la
motivación de atender a ella quizás sea más bien una necesidad antropológica o
derivativa de ataviarla, empericuetarla, ¡qué sé yo! y en ese sentido es un
acto de autoestima colectiva un tanto suicida por cómo ella se comporta cuando
se le cuestiona, adorna o provoca. Yo por mi parte basado en esa teoría
arbitraria y ocurrente como suelen ser mis abstracciones quisiera mandar una cortesía
reflejo en la medida en que yo soy Managua y la ciudad en la que sobrevivo sos
vos, es decir, a ustedes y a mí diciéndonos: Managua, yo también me amo, a pesar de
vos.
Fernando Alemán
Malespín
Diseñador gráfico y
Artista visual
Agosto de 2013
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