sábado, 21 de abril de 2012

Contenido que emana del precio en el que se vende la Obra.


 
Un cínico es un hombre que conoce el precio de todo y el valor de nada.
Oscar Wilde

En 2006 tuve la oportunidad de leer un texto titulado En el ademán de dirigir nubes. (On the Manner, of Addressing Clouds.) de Thomas McEvilley, publicado por primera vez en la revista Artforum en Junio de 1984 en el que cada posible cadena de relaciones entre categorías es en sí misma otro medio de trasmitir un preciso, aunque complejo contenido y las posibles eslabones, cadenas y meta cadenas de relaciones entre los trece eslabones enunciados que avanzan hacia una complejidad conceptual casi infinita creo. En fin un texto que desarrolla un modelo de contenido en trece aspectos para la compresión de obras de arte. ¿Qué es el contenido al fin y al cabo? ¿Estamos nosotros involucrados? A mí se me ocurrió de forma atrevida y arbitraria el eslabón número catorce que no existía literalmente en este texto, pero que a mi entender está implícito:

14. Contenido que se deriva del precio de la obra.

Esta decisión siempre tiene un componente político. El arte correo y otras estrategias para superar los canales de la comercialización son expresiones de resistencia al proceso de fetichismo de consumo y además constituye un gesto hacia el abandono del valor de cambio para recuperar el valor de uso. Hay obras que no corren con tal suerte o no fueron decididas para ese fin, pues están incluidas dentro de ese acto de idolatría en el cual a un objeto (con cierta complejidad, pero un objeto al final de cuentas) se le pone precio. ¿Y todo esto a quien beneficia? Ahí dejamos la inquietud.

Sin nada en particular mencionamos que en la mayoría de los países civilizados del mundo existen legislaciones que permiten el pago de impuestos por medio de obras de Arte. Agregamos además, a manera de comentario irrelevante, que en nuestra región los únicos beneficiados mayoritarios de esa dinámica en el campo cultural corporativo manejado por banqueros son los banqueros en una estructura, cuya base consiste básicamente en  llevar a las nubes el ego del menos beneficiado de la pirámide: el autor. Todo a cambio del premio.

Esta distinción entre el precio de las cosas y su valor no nos es ajena, ni en cuanto a obras de arte o la vida misma. Es bueno saber que cuando vas a una subasta tu obra adquiere precio y no valor. También es bueno tener en cuenta que la puesta en circulación de un objeto estético comercializable dentro de la red del mercado, usualmente trae consigo una carga opuesta de contenido y un compromiso político de un modo u otro con el mercado, así como una problemática política para su autor. A mi parecer también es válido a la inversa, porque hay que ser consecuentes con lo que se decide.

Esta obra en cuestión desea ser comprada, y como cualquier cosa que desea ser comprada, sus intentos de congraciarse con el presunto interesado son obvios, no importa que esta pudiera haber sido hecha por un monumento de integridad como Jackson Pollock o Vincent van Gogh. Al parecer todos tenemos un precio y también ganas de significar lo que pasa es que a vos no te han ofrecido nada, pero nosotros que comprendemos la vida nos burlamos de los números.
Fernando Alemán Malespín
Marzo de 2012

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