viernes, 14 de mayo de 2010

Arte y Política: interactividad e ilusión.

Hasta hace un siglo la belleza era considerada de forma unánime como el único criterio para la meta suprema del Arte y hasta como sinónimo de excelencia artística. En nuestros tiempos sin embargo se increpa a los artistas cuando su trabajo aspira hacia lo bello o su versión más cursi: “lo bonito”. A menudo la polémica resulta confusa, pues los especialistas ven la belleza como una traición frente al “verdadero rol del artista”, mientras que otros se esfuerzan en encontrar el placer en lo grotesco y lo repulsivo. Hoy sabemos que la belleza u otras categorías estéticas son una opción no una condición necesaria.

En cambio cuando de Política y Arte se trata, cada vez más miembros del museo (entendido como institución) y fuera de él ven a éste como un medio para lanzar y alcanzar sus programas o proyectos sociales y políticos. Hoy por hoy los artistas y sus demás hierbas aromáticas nos vemos interpelados por el criterio de lo políticamente correcto y viceversa. Nos parece interesante cuando en algún momento se entra en la conciencia que como artista uno se transforma en un animal político, unos más que otros, pero políticos al final, y que como tal se está propenso a ser instrumentalizado o a instrumentalizar el trabajo artístico. Dicha consideración permite darse cuenta de los alcances del propio poder.

Se hacen cálculos políticos a la hora de justificar las obras o los discursos curatoriales recurriendo a argumentos pertinentes, sólidos y políticamente correctos basados en los criterios de selección y sus mecanismos de legitimación y en otros casos con explicaciones basados en el futuro no profetizado de las piezas como el que dice que los trabajos llegarán a ser comprendidos una vez descubiertos los principios en los que están basadas sus estructuras. Sin embargo oyendo semejantes argumentos, dignos de risa, uno tiene la impresión que una vez que fueran comprendidos estos principios, las obras podrían hasta llegar a parecernos bellas, en el más amplio sentido del término como lo explicamos arriba. Desde mi punto de vista la categoría estética no cambia aún cuando descubrimos las primicias de la pieza. A mi parecer el carácter de la obra está relacionado con lo que se supone debe hacer la obra de arte, con el efecto que aspira a producir. Por ejemplo, una obra feminista; en la mayoría de los casos, no aspira a ganarse la admiración de un determinado público, sino forzar un cambio en la manera en que vemos y tratamos a las mujeres, así como podría ser una obra de contenido político asociado a la oposición al presidente de la república o un Arte con fines educativos como un modelo de iniciación artística o de comprensión cultural no basado en tradicionalismos. En estos casos estamos frente a una instrumentalización del trabajo con fines cuestionadores, tomando en cuenta nuestro contexto. Si la obra consigue ese efecto o cualquier otro que pretenda, y además logra hacer que los espectadores vean cosas valiosas no consideradas, gracias a la perspicacia de los autores, entonces estamos frente a una obra con carácter.
Y hablando de instrumentalización, pasamos a otra consideración: en la historia del Arte encontramos posicionamientos serios respecto a considerarle como destino de comunicación, partiendo del hecho de que la obra de arte es el medio (y no el fin) del que se vale el artista para transmitir sentimientos o ideas al espectador, y tiene como fundamento la capacidad que poseen las personas para experimentar como propios los sentimientos ajenos.

Si consideramos el arte como destino de comunicación, un chat por Internet o una conversación telefónica pueden ser considerados como actos artísticos. Si algunos creen en el Arte como destino de comunicación será desde la manera en cómo instrumentalizan su labor, desde sus escalas de valores éticos, estéticos y políticos en cuanto a individuos, pero se debe tener en cuenta que el Arte históricamente ha sido utilizado para generar cuestionamientos acerca de la manera en que percibimos y filtramos la realidad. Sabemos que para considerar un acto artístico como tal se requiere, en la mayoría de los casos, de unas condiciones de tipo circunstancial: el museo, ya sea dentro o fuera de él con sus criterios de selección y, por supuesto, la conciencia de un artista consecuente con su trabajo. Este acto artístico fuera del museo naturalmente conlleva una intención de orden político que tiene que ver directamente con la necesidad actual de muchos artistas de sentirse vivos, reconocidos en oposición al mecanismo de las formas muertas y abstractas de arte donde el museo es el cementerio y los curadores son los sepultureros. Cualquiera podría darse cuenta que el objeto artístico comunica, pero esto no supone necesariamente que esa sea su función primera y esencial, sino que demuestra que un objeto no es un mensaje y si decimos que un objeto como unas tijeras, un zapato o un celular comunican es porque todo lo que es visible, toda forma significa.
El criterio político es importante no solo porque marca un cierto sentido de responsabilidad con respecto a la autoría, aún sin mediar la moral en el asunto, sino que también obliga a los artistas a ser conscientes de los efectos de sus intenciones, de las consecuencias de su trabajo y de sus declaraciones al respecto. En este sentido se erige un modelo de instrumentalización del Arte políticamente comprometido que es un reflejo de la interiorización de una determinada escala de valores de comportamiento y que vive en consecuencia con ellos. Un Arte que podría contribuir a transformar la sociedad.

Fernando R. Alemán Malespín.
Artista visual y diseñador grafico.
Abril de 2010

1 comentario:

  1. muy interesante el artículo, sobre todo lo que concierne al planteamiento de la instrumentalización del arte con distintos fines...
    carezco del conocimiento para dar una opinión profunda al respecto, ya que no soy artista, pero coincido en algo: el arte contribuye a procesos de transformación.

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