lunes, 26 de abril de 2010

Letras, tropelías y realidad.



A la señora que me enseñó a leer y escribir

Tanto ha poblado la literatura el mundo de la realidad, que aún quienes no han leído a menudo hablan con sus fantasmas. Empiezo desde el principio, porque es una desgracia dedicar un texto a la Literatura o al menos a estos bien llamados Infortunios, como los que siguen a este escrito, partiendo de una etimología. Léase a manera de desplante que cuando se trata de literatura cualquier lector debe perder cuidado, basta decir que la palabra en cuestión proviene de letra, y esta, a su vez, proviene del latín littera que para el siglo VIII d.C. en plena expansión islámica, apenas significaba carta o misiva. Literatura como lo entendemos hoy es un concepto en infancia, según los especialistas, entendida como un escrito con un derramamiento de preocupación estética de apenas trescientos años de existencia.

Cuando aún no existía la noción de autor, es decir, cuando no se reconocía la personalidad del escritor o dicho de otro modo el individuo que tiene conciencia que lo que escribe es solo “producto de su ingenio”, en esos momentos el profeta y el rapsoda eran primos hermanos dobles. En esta situación, el poeta y el novelista serían, en el mejor de los casos, extranjeros bastardos mal recibidos y mal mirados, situación que convertía al escritor en instrumento divino al servicio de los poderes políticos de la religión. Escribir y firmar lo escrito, con pretensión artística además, hubiera sido una insolencia digna del peor de los castigos.

Cervantes que buena conciencia tenía de las palabras arriba citadas entre comillas, se daba al oficio de llamarle tropelía, es decir, el arte de brujería que consistía en hacer pasar unas cosas por otras, como si no fuera suficiente con los giros de lenguajes o la teoría del signo: un hecho que aún no era estable. En principio y con el objetivo de establecer un marco teórico sobre el cual basar el camino que va a tomar esta investigación estableceremos que un signo se forma a partir de la relación binaria entre un significante, es decir la representación gráfica o fonética del mismo y su correspondiente significado, entendido como el concepto que designa la idea o representación mental de lo nombrado, en síntesis una cosa que evoca en el entendimiento la idea de otra, aunque se pueden considerar otras estructuras como las que parten de una relación tripartita que se construye a partir de la forma (fonología y fonética), función (sintaxis y morfología) y significación (semántica y lexicología) nos quedaremos con la primera, pues la misma permite el giro hacia la tropelía en virtud de la arbitrariedad en el gesto de convencionalizar lo designado.

Por lo anterior podremos considerar las palabras, los gestos y las imágenes como los signos de los pensamientos. Vistos en relación con el pensamiento su estudio es objeto importante de la Filosofía y por supuesto está íntimamente ligado al lenguaje, por ello en todas las diversas ciencias y ramas del saber humano se utilizan signos especiales que facilitan la difusión y comprensión de las materias objeto de su estudio. Un hecho que solo sería posible gracias a las facultades de una voluntad parcial y creadora.

Simplificaciones tan necesarias como estas sirven para bien de un poco de claridad a la hora de definir conceptos y con ello afirmar que la Filosofía antecede a la Literatura como los textos sagrados antecedieron a ambas por la “gracia divina”. Es como si la palabra escrita hubiera descendido y trascendido a la vez, poco a poco los peldaños que la llevaban del cielo al centro de la tierra y viceversa. Las religiones, a través del mito de los dioses, decidían el destino humano, pero cuando empezamos a hablar aquellos perdieron su poder. Les fue peor cuando comenzamos a escribir, pues también pretendimos y nos hicimos inmortales. Para poder hablar de literatura tal como nos lo imaginamos hoy fue necesario arrebatarle a las religiones y sus dioses la facultad de enunciar, fue necesario para los seres humanos arrogarse el derecho a una… llamémosle “inspiración secular” para acceder a la eternidad.

Todo esto sería imposible sin el detalle que permite este y todas las lecturas posibles: el milagro del ideograma, el a, b, c…, el trivial acto de leer y escribir… sin ello el mundo estaría vacio de todo. Sin letra no habría littera, ni cartas, ni misivas, ni historia, ni fantasmas, tropelías, infortunios o realidad. Sin ánimo de ser pretencioso debo decir que la literatura es un gran edifico; y estos mis infortunios el detalle de escribir y leer, el grano con el que se le sigue construyendo.

Fernando R. Alemán Malespín
Abril de 2009

2 comentarios:

  1. no haces distinciones de genero cuando escribis (como la gran mayoria de escritores e escritoras) "el profeta" "el novelista"

    por otro lado esta lindo el texto.

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  2. Es cierto, pero que eso mas bien tiene que ver con un interés de tu parte en el enfoque de género: una idea que aún no interiorizo muy bien "(como la gran mayoria de escritores e escritoras)". De todos modos vale tu comentario. Un saludo,

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