martes, 18 de marzo de 2014

La caída de Alejandro.

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 Foto: Manuel Esquivel



Que el mérito de haber subido no le quite nada a la caída. La puesta en escena de este Déjà vu como expresión artística concebida bajo un concepto de fugacidad en el tiempo, de no permanencia como objeto artístico material y conservable, sino de relevancia simbólica. Por su carácter perecedero y transitorio, el arte efímero no deja una obra perdurable, o si la deja —como sería el caso de la moda— ya no es representativa del momento en que fue creada.


En este caso su legado reside en su valor simbólico. Independientemente de que cualquier expresión artística pueda ser o no perdurable en el tiempo, y que muchas obras concebidas bajo criterios de durabilidad puedan desaparecer en un breve lapso de tiempo por cualquier circunstancia indeterminada, el arte efímero tiene en su génesis un componente de transitoriedad, de objeto o expresión fugaz en el tiempo. A algunos no les hizo gracia el trabajo de modelar una estructura tan grande y compleja para luego destruirla, pero la vida sabe lo que está haciendo y si se está esforzando por querer destrozar algo, no debemos estorbar en ello dado que al reprimirlo estamos bloqueando el camino hacia una nueva concepción que ha nacido en este caso en la mente del autor, aunque no seamos conscientes de ello y suene más divertido que artístico.



En estas expresiones públicas es decisivo el criterio del gusto social en la medida que nos involucra a todos como grupo interesado y políticamente sesgado, que es el que marca las tendencias, para lo cual es imprescindible la labor de los medios de comunicación, así como de la crítica de arte. Confieso que tuve varias preocupaciones con respecto a la obra de Alejandro de la Guerra. Según el artista, “La caída”:



pretende hacer que convergan en un mismo espacio personas que vivieron ese momento histórico y a personas más jóvenes que no vivimos ese momento, para generar diversas emociones colectivas en un entrecruce generacional


Se me puso la piel de gallina al ver que el gesto funcionara tan bien en sus objetivos y formalidad. También me preocupó el hecho de que las dimensiones y la espectacularidad del caso supusiera la inauguración de un modelo de bienal que en vez de ser incluyente degenerara en un show, en el sentido despectivo del término. Volviendo a su valor simbólico me encuentro con dos lecturas: una que tiene que ver con los paralelismos que la obra posee en términos de acciones y hechos que recurren de aquella primera vez, así como en la actual y la otra es política, la que tiene que ver con el contexto en el que revivimos de forma complaciente con las estructuras de poder actuales el derrocamiento de un dictador en el contexto donde no hay dictadura ¿o sí?

Managua, Marzo de 2014 

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